A la mitad de una calle angosta, que se extendía por una serie de andadores que parecían un laberinto, había una tienda a desnivel.
La envolvía un extraordinario aroma dulce, como el de pastelillos horneándose en una miscelánea china.
Música estridente reverberaba en las paredes pintarrajeadas de un rosa llamativo. Había un mostrador antiguo, una mesa de billar y tres máquinas de coser grandes.
A ese lugar, que era como un escondite. lo llamaban «atelier». Así inicia esta historia de sueños, romance y mucha moda.
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